Las historias de Isaac Bashevis Singer, Nobel de Literatura, nos sepultan hasta nuestra esencia humana, en un entorno donde es posible diseccionar, cual si fuéramos cirujanos, las emociones.
En El Matarife la representación emocional provoca efectos vertiginosos dentro de una temática a la que escasos escritores eligen aproximarse.
El averno de los animales del matadero condena al mismo esbirro, en una suerte de iluminación enloquecedora que termina revelándole la imposibilidad de cualquier justificación ideológica para el ejercicio de su labor, al resultarle, a todas luces, cruel.
Así, se libran batallas entre mitos y temores, deber y ética, destino y libre albedrío, sentidos y sinsentidos.
PASAJES DE EL MATARIFE
Cuando Yoineh Meir se convirtió en el matarife de los rituales, se impuso nuevas exigencias: comía cada vez menos; casi no hablaba; cuando un vagabundo llamaba a la puerta, Yoineh Meir se afanaba en recibirlo y le ofrecía sus últimos groschen. A decir verdad, su labor de matarife le había sumido en la melancolía, mas no se atrevía a oponerse a la voluntad del rabino. Es el destino, se decía a si mismo. Estaba destinado a torturar y a ser torturado. Solo el cielo sabía cuánto sufría Yoineh Meir.
Yoineh Meir temía desfallecer al matar a su primera gallina, o que le temblara la mano. Al mismo tiempo, en algún recoveco de su corazón albergaba la esperanza de cometer un error que le librase de la orden del rabino. Sin embargo, todo funcionaba según las normas.
A cada momento del día, Yoineh Meir se repetía las palabras del rabino: un hombre no puede tener más compasión que la fuente absoluta de compasión. La Torá dice, matarás a tus vacas y ovejas como yo te he ordenado. En el Monte Sinai, Moisés recibió instrucción sobre las diversas formas de matanza y sobre cómo abrir a un animal para buscar las impurezas. Es todo un misterio dentro de los misterios: la vida, la muerte, el hombre, la bestia. Aquellos que no mueren asesinados, lo hacen por enfermedades diversas cuyo sufrimiento suele durar semanas o meses. En la selva, las bestias se devoran mutuamente. En el mar, los peces engullen a otros peces. El asilo para pobres de Kolomir está lleno de lisiados y de paralíticos que allí permanecen durante años, envenenándose unos a otros. Ningún hombre puede escapar de la tristeza de este mundo.
Pero Yoineh Meir era incapaz de hallar consuelo. A cada temblor de la gallina que asesinaba, sus intestinos respondían con otro temblor. La matanza de cualquier bestia, grande o pequeña, le dolía como si se cortara la propia garganta. De todos los castigos que pudieran caerle, la matanza era el peor.
Hacía apenas tres meses que Yoineh Meir se convirtió en el matarife, pero el tiempo parecía alargarse sin fin. Sentía estar sumergido en sangre y linfa. Graznidos de gallinas, cacareos de gallos, chillidos de pavos, bramidos de bueyes, mugidos y balidos de terneros y ovejas acosaban sus oídos. Revoloteaban alas y repiqueteaban pezuñas contra el suelo. Los cadáveres rechazaban cualquier excusa o justificación. Cada cuerpo resistía como podía e intentaba escapar; incluso, en su último aliento, parecía discutir con el Creador.
[…]
Un extraño amor hacia todo lo que se arrastra, vuela, cría o pulula abrumó a Yoineh Meir. Incluso hacia los ratones: ¿Qué culpa tenían de ser ratones? ¿Qué daño hace un ratón? Todo lo que quiere es un mendrugo de pan o un pedazo de queso. Entonces, ¿por qué el gato es su enemigo?
Yoineh Meir se mecía en la oscuridad. Puede que el rabino tuviese razón. El hombre no puede ni debe tener más compasión que el señor del universo. Aun así, la tristeza enfermaba a Yoineh Meir. ¿Cómo podía alguien rezar por la vida del año venidero, o por un juicio favorable en el cielo cuando estaba robando el último aliento de vida a otros?
Yoineh Meir pensaba que mientras se sigan perpetrando injusticias contra las bestias, el mesías no podrá redimir al mundo. Por justicia, todo resucitará de entre los muertos: cada ternero, pez, mosquito, mariposa. Hasta en el gusano que se arrastra sobre la tierra resplandece una chispa divina. Cuando matas a una criatura, matas a Dios...
Nobel Prize Laureate Isaac Bashevis Singer's stories dig us into human essence, into a place where emotions are dissected in such a way as a surgeon would do.
In The Slaughterer the representation of such emotions is felt vertiginously within a theme framework that few writers prefer to deal with.
The slaughterhouse animals' inferno dooms even the killer, who is brought into a kind of maddening awareness unveiling him that no ideology may justify his work practice, which is now clearly cruel to him.
Thus, a battle unfolds between myth vs. fear, duty vs. ethic, fate vs. will, sense vs. nonsense.
EXCERPTS FROM THE SLAUGHTERER
After he agreed to become the ritual slaughterer, Yoineh Meir imposed new rigors upon himself. He ate less and less. He almost stopped speaking. When a beggar came to the door, Yoineh Meir ran to welcome him and gave him his last groschen. The truth is that becoming a slaughterer plunged Yoineh Meir into melancholy, but he did not dare to oppose to the rabbi's will. It was meant to be, Yoineth Meir said to himself; it was his destiny to cause torment and to suffer torment. And only heaven knew how much Yoineh Meir sufferered.
Yoineh Meir was afraid that he might faint as he slaughtered his first fowl, or that his hand might not be steady. At the same time, somewhere in his heart, he hoped that he would commit an error. This would release him from the rabbi's command. However, everything went according to rule.
Many times a day, Yoineh Meir repeated to himself the rabbi's words: "A man many not be more compassionate than the Source of all compassion."The Torah says "Thou shalt kill of thy flock as I have commanded thee." Moses was instructed on Mount Sinai in the ways of slaughtering and of opening tghe animal in search of impurities. It is all a mystery of mysteries--life, death, man, beast. Thouse that are not slaughtered die anyway of various deseases, often ailing for weeks or months. In the forest, the beasts devour one another. In the seas, fish swallow fish. The Kolomir poorhouse is full of cripples and paralytics who lie there for years, befouling themselves. No man can escape the sorrows of this world.
And yet Yoineh Meir could find no consolation. Every tremor of the slaughtered fowl was answered by a tremor in Yoineh Meir's own bowels. The killing of any beast, great or small, caused him as much pain as though he were cutting his own throat. Of all the punishments that could have been visited upon him, slaughtering was the worst.
Barely three months had passed since Yoineh Meir had become a slaughterer, but the time seemed to stretch endlessly. He felt as though he were immersed in blood and lymph. His ears were besed by the squawking of hens, the crowing of roosters, the gobbling of geese, the lowing of oxen, the mooing and bleating of calves and goats; wings fluttered, claws tapped on the floor. The bodies refused to know any justification or excuse--every body resisted in its own fashion, tried to escape, and seemed to argue with the Creator to its last breath.
[...]
An unfamiliar love welled up in Yoineh Meir for all that crawls and flies, breeds and swarms. Even the mice--was it their fault that they were mice? What wrong does a mouse do? All it wants is a crumb of bread or a bit of cheese. Then why is the cat such an enemy to it?
Yoineh Meir rocked back and forth in the dark. The rabbi may be right. Man cannot and must not have more compassion than the Master of the universe. Yet he, Yoineh Meir, was sick with pity. How could one pray for life for the coming year or for a favorable writ in Heaven when one was robbing others of the breath of life?
Yoineh Meir thought that the messiah Himself could not redeem the world as long as injustice was done to beasts. By rights, everything should rise from the dead: every calf, fish, gnat, butterfly. Even in the worm that crawls there glows a divine spark. When you slaughter a creature, you slaughter God...
En El Matarife la representación emocional provoca efectos vertiginosos dentro de una temática a la que escasos escritores eligen aproximarse.
El averno de los animales del matadero condena al mismo esbirro, en una suerte de iluminación enloquecedora que termina revelándole la imposibilidad de cualquier justificación ideológica para el ejercicio de su labor, al resultarle, a todas luces, cruel.
Así, se libran batallas entre mitos y temores, deber y ética, destino y libre albedrío, sentidos y sinsentidos.
PASAJES DE EL MATARIFE
Cuando Yoineh Meir se convirtió en el matarife de los rituales, se impuso nuevas exigencias: comía cada vez menos; casi no hablaba; cuando un vagabundo llamaba a la puerta, Yoineh Meir se afanaba en recibirlo y le ofrecía sus últimos groschen. A decir verdad, su labor de matarife le había sumido en la melancolía, mas no se atrevía a oponerse a la voluntad del rabino. Es el destino, se decía a si mismo. Estaba destinado a torturar y a ser torturado. Solo el cielo sabía cuánto sufría Yoineh Meir.
Yoineh Meir temía desfallecer al matar a su primera gallina, o que le temblara la mano. Al mismo tiempo, en algún recoveco de su corazón albergaba la esperanza de cometer un error que le librase de la orden del rabino. Sin embargo, todo funcionaba según las normas.
A cada momento del día, Yoineh Meir se repetía las palabras del rabino: un hombre no puede tener más compasión que la fuente absoluta de compasión. La Torá dice, matarás a tus vacas y ovejas como yo te he ordenado. En el Monte Sinai, Moisés recibió instrucción sobre las diversas formas de matanza y sobre cómo abrir a un animal para buscar las impurezas. Es todo un misterio dentro de los misterios: la vida, la muerte, el hombre, la bestia. Aquellos que no mueren asesinados, lo hacen por enfermedades diversas cuyo sufrimiento suele durar semanas o meses. En la selva, las bestias se devoran mutuamente. En el mar, los peces engullen a otros peces. El asilo para pobres de Kolomir está lleno de lisiados y de paralíticos que allí permanecen durante años, envenenándose unos a otros. Ningún hombre puede escapar de la tristeza de este mundo.
Pero Yoineh Meir era incapaz de hallar consuelo. A cada temblor de la gallina que asesinaba, sus intestinos respondían con otro temblor. La matanza de cualquier bestia, grande o pequeña, le dolía como si se cortara la propia garganta. De todos los castigos que pudieran caerle, la matanza era el peor.
Hacía apenas tres meses que Yoineh Meir se convirtió en el matarife, pero el tiempo parecía alargarse sin fin. Sentía estar sumergido en sangre y linfa. Graznidos de gallinas, cacareos de gallos, chillidos de pavos, bramidos de bueyes, mugidos y balidos de terneros y ovejas acosaban sus oídos. Revoloteaban alas y repiqueteaban pezuñas contra el suelo. Los cadáveres rechazaban cualquier excusa o justificación. Cada cuerpo resistía como podía e intentaba escapar; incluso, en su último aliento, parecía discutir con el Creador.
[…]
Un extraño amor hacia todo lo que se arrastra, vuela, cría o pulula abrumó a Yoineh Meir. Incluso hacia los ratones: ¿Qué culpa tenían de ser ratones? ¿Qué daño hace un ratón? Todo lo que quiere es un mendrugo de pan o un pedazo de queso. Entonces, ¿por qué el gato es su enemigo?
Yoineh Meir se mecía en la oscuridad. Puede que el rabino tuviese razón. El hombre no puede ni debe tener más compasión que el señor del universo. Aun así, la tristeza enfermaba a Yoineh Meir. ¿Cómo podía alguien rezar por la vida del año venidero, o por un juicio favorable en el cielo cuando estaba robando el último aliento de vida a otros?
Yoineh Meir pensaba que mientras se sigan perpetrando injusticias contra las bestias, el mesías no podrá redimir al mundo. Por justicia, todo resucitará de entre los muertos: cada ternero, pez, mosquito, mariposa. Hasta en el gusano que se arrastra sobre la tierra resplandece una chispa divina. Cuando matas a una criatura, matas a Dios...
Nobel Prize Laureate Isaac Bashevis Singer's stories dig us into human essence, into a place where emotions are dissected in such a way as a surgeon would do.
In The Slaughterer the representation of such emotions is felt vertiginously within a theme framework that few writers prefer to deal with.
The slaughterhouse animals' inferno dooms even the killer, who is brought into a kind of maddening awareness unveiling him that no ideology may justify his work practice, which is now clearly cruel to him.
Thus, a battle unfolds between myth vs. fear, duty vs. ethic, fate vs. will, sense vs. nonsense.
EXCERPTS FROM THE SLAUGHTERER
After he agreed to become the ritual slaughterer, Yoineh Meir imposed new rigors upon himself. He ate less and less. He almost stopped speaking. When a beggar came to the door, Yoineh Meir ran to welcome him and gave him his last groschen. The truth is that becoming a slaughterer plunged Yoineh Meir into melancholy, but he did not dare to oppose to the rabbi's will. It was meant to be, Yoineth Meir said to himself; it was his destiny to cause torment and to suffer torment. And only heaven knew how much Yoineh Meir sufferered.
Yoineh Meir was afraid that he might faint as he slaughtered his first fowl, or that his hand might not be steady. At the same time, somewhere in his heart, he hoped that he would commit an error. This would release him from the rabbi's command. However, everything went according to rule.
Many times a day, Yoineh Meir repeated to himself the rabbi's words: "A man many not be more compassionate than the Source of all compassion."The Torah says "Thou shalt kill of thy flock as I have commanded thee." Moses was instructed on Mount Sinai in the ways of slaughtering and of opening tghe animal in search of impurities. It is all a mystery of mysteries--life, death, man, beast. Thouse that are not slaughtered die anyway of various deseases, often ailing for weeks or months. In the forest, the beasts devour one another. In the seas, fish swallow fish. The Kolomir poorhouse is full of cripples and paralytics who lie there for years, befouling themselves. No man can escape the sorrows of this world.
And yet Yoineh Meir could find no consolation. Every tremor of the slaughtered fowl was answered by a tremor in Yoineh Meir's own bowels. The killing of any beast, great or small, caused him as much pain as though he were cutting his own throat. Of all the punishments that could have been visited upon him, slaughtering was the worst.
Barely three months had passed since Yoineh Meir had become a slaughterer, but the time seemed to stretch endlessly. He felt as though he were immersed in blood and lymph. His ears were besed by the squawking of hens, the crowing of roosters, the gobbling of geese, the lowing of oxen, the mooing and bleating of calves and goats; wings fluttered, claws tapped on the floor. The bodies refused to know any justification or excuse--every body resisted in its own fashion, tried to escape, and seemed to argue with the Creator to its last breath.
[...]
An unfamiliar love welled up in Yoineh Meir for all that crawls and flies, breeds and swarms. Even the mice--was it their fault that they were mice? What wrong does a mouse do? All it wants is a crumb of bread or a bit of cheese. Then why is the cat such an enemy to it?
Yoineh Meir rocked back and forth in the dark. The rabbi may be right. Man cannot and must not have more compassion than the Master of the universe. Yet he, Yoineh Meir, was sick with pity. How could one pray for life for the coming year or for a favorable writ in Heaven when one was robbing others of the breath of life?
Yoineh Meir thought that the messiah Himself could not redeem the world as long as injustice was done to beasts. By rights, everything should rise from the dead: every calf, fish, gnat, butterfly. Even in the worm that crawls there glows a divine spark. When you slaughter a creature, you slaughter God...
Vernica, donde puedo encontrar el matarife completo? si tienes algun pdf os agradezco es genial Singer :) es gioaya98@hotmail.com
ResponderEliminarHola, lo vi en este libro
ResponderEliminarhttp://www.sellorba.com/cuentos-completos---singer_isaac-bashevis-singer_libro-OAFI603-es.html