A translation blog sprinkled with bits of literature and chunks of thought. Blog de traducción aderezado con pedazos de literatura y pensamiento.
6.11.2013
CAT Odyssey
Una mañana cualquiera en un futuro hiperemoto un traductor comienza con su rutina. Enciende el equipo y ejecuta sus programas de TAO y TA. Estas le dan los buenos días, le preguntan ¿cómo está el café?, ¿qué tal has dormido? y, como de costumbre, conversan un poco de sus cosillas.
Han pasado siglos desde que los apasionados informáticos se aventuraran en el desarrollo de las herramientas para la traducción, en un periplo ambicioso que no ha dejado de ganar compañeros de viaje.
Tanto le han simplificado su trabajo que es capaz de traducir, revisar y editar 15 000 palabras diarias con una calidad insultante. Pero, ¿quién las traduce en verdad? ¿El traductor humano o el automático? ¿Charlaban hace un rato, no? En este delirio futurista, el traductor que conversa con sus programas de traducción poco tiene que envidiar* al comandante David Bowman en Una Odisea en el espacio: en su oficina, asistido por programas informáticos dotados de inteligencia artificial, como la computadora de aquella nave, que además amenizan su jornada laboral y palían la intrínseca soledad del traductor autónomo.
Por si no bastara, dentro del mercado laboral para un traductor disponer de estas herramientas, panacea de la traducción, es tan básico como para un ciclista una bicicleta. Pues su rentabilidad las hace literalmente obligatorias: solventan todo problema de traducción y, por consiguiente, los foros de consulta lingüística o semejantes desaparecieron.
Volviendo a la pregunta anterior, ¿quién traduce? y, costosamente, a la presente realidad, si bien ellas pueden trabajar con un número incalculable de palabras diarias, el procesador de toda esa información es y será el traductor humano. La inteligencia analítica y emocional, gracias a la cual sabemos de contextos, registros o tonos, e inferimos aspectos como la intención del autor, nos libra de ser máquinas.
Pensar que, lejos del desenlace en Una Odisea en el espacio, las máquinas nunca podrán tomar el control en nuestro terreno es un alivio. Eso sí, se espera que su potencial no deje de abrir nuevos horizontes para las empresas de traducción.
One morning like any other in a far away future a translator begins his daily routine. He turns on the computer and runs his CAT and MT softwares, which say good morning, ask him is the coffee good? Did you sleep well? Then, they start chatting a bit on their stuff as usual.
It has been centuries since the passionate computer technicians ventured in the development of CAT tools, in an ambitious voyage that keeps gathering travel partners.
They have simplified his work to such a degree that he translates, revises and edits 15,000 words a day with an insulting quality. But, who translates actually? The human or the machine translator? Weren't they talking before? In this futuristic delirium, the translator that chats with his translation softwares has little to envy Captain David Bowman in A Space Odyssey: in his office room, assisted by computer programs endowed with artificial intelligence, like the computer machine of that spaceship, which liven up his daily grind and ease the intrinsic loneliness of the freelance translator.
Wasn't it enough, within the market framework it is as essential for a translator to own these tools —regarded as the panacea for translators— as it is for a cyclist to have a bike. Being so profitable they have become a must-have in the market place: they give an accurate answer to any translation problem and consequently, the forums devoted to linguistic queries or the like have disappeared.
Turning back to the former question of who translates? And — making a big effort— to the present reality, while it is true that they are capable of working with a countless number of words per day, it is the human translator the one who processes all such information. The analytical and emotional intelligences, granting us the ability to distinguish among contexts, registers or tones, as well as to recognize such features as the author's intention, save us from being machines.
The thought that machines won't be able to overtake us in this field, which is quite a different denouement from A Space Odyssey, makes me feel safe. Still, the potential of translation softwares will hopefully keep opening up new horizons for translation agencies.
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